Laura Morelli, investigadora del Conicet y del Instituto Leloir, coordina al equipo argentino que participa de un estudio para luchar contra esta patología
Sentada en una de las salas de reuniones de la Fundación Instituto Leloir, en Buenos Aires, la doctora Laura Morelli responde con un “no” amable cuando le ofrecen leche o azúcar para su café. “Gracias, yo lo tomo sin nada”, y sonríe.
Morelli conoce bien los efectos que una dieta alta en azúcares puede causar en el organismo. Esta investigadora del Laboratorio de Amiloidosis y Neurodegeneración de la Fundación Instituto Leloir, lidera el Programa de Medicina Traslacional para Innovaciones en Investigación, Diagnóstico y Tratamiento de la Enfermedad de Alzheimer, donde se encuentra a la cabeza del equipo argentino que participa en un estudio internacional sobre los efectos de la nutrición en la aparición y progresión del Alzheimer, una patología que afecta a 24 millones de personas en todo el mundo y 500 mil en Argentina. En esta entrevista con Océano Medicina cuenta los avances de su investigación
La también investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) ha trabajado desde hace tres años con su grupo en el levantamiento de información para elaborar un perfil de marcadores de riesgo genético sobre la manifestación de esta patología en Argentina. Además, dirigió un estudio, publicado en 2017 en la revista Biochimica et Biophysica Acta-Molecular Basis of Disease, donde verificó por vez primera que “la ingesta de una dieta alta en grasas y azúcares acelera los mecanismos patogénicos que se disparan en el cerebro en las etapas tempranas del Alzheimer”. Específicamente, comprobó en ratas que la mala alimentación disminuye la expresión en el hipocampo del gen Sirtuina 1, esencial en los procesos de protección de las neuronas.
La investigación internacional de la que ahora participa en nombre de Argentina, extiende la indagación hacia los mecanismos biológicos que vincularían la dieta y la microbiota intestinal en la progresión del Alzheimer y contará con muestras animales pero también de personas, obtenidas en seis países del mundo. De acuerdo con lo explicado por Morelli, se estima que mil pacientes de la enfermedad de Alzheimer, mayores de 65 años, formen parte de la muestra total de este proyecto que pretende identificar y proponer nuevos enfoques para la prevención y el tratamiento de esta patología.
El proyecto cuenta con un presupuesto de cerca de 585 mil euros otorgados en concurso por la Unión Europea y por institutos y agencias financiadoras de los países seleccionados (incluyendo el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, en Argentina). España, Alemania y Portugal, son los países que fueron aprobados en la convocatoria en Europa; mientras que Uruguay, Chile y Argentina lograron lo propio en Latinoamérica.
“Una de las fortalezas del proyecto es poder comparar cohortes en países distintos, con genética distinta y con dietas distintas”, apunta Morelli. “A parte, los estudios que estamos haciendo con muestras de sujetos se cotejarán en paralelo con modelos de la enfermedad en animales que se utilizan para estudiar mecanismos más moleculares. Con esta investigación aportamos tres modelos animales para el estudio de la enfermedad de Alzheimer. Un modelo naturístico, que no tiene intervención genética o química sino que persé este animal cuando envejece va teniendo un deterioro cognitivo comportamental y una patología similar al Alzheimer, que es Octodon Degu, de Chile. En España van a trabajar con un ratón tripletransgénico, y nosotros en Argentina hemos venido trabajando con una rata transgénica”, continúa.
Morelli estima que en abril su equipo pueda iniciar el desarrollo de este proyecto y asegura que la duración total será de tres años, de los cuales el primero estará destinado a definir modelos animales y empezar estudios de biomarcadores; y el segundo y tercero serán para realizar entrevistas y la toma de muestra y análisis de la microbiota intestinal.
Con respecto a la metodología, detalla: “con los factores animales los controlamos, sabemos lo que comen, podemos analizarles fácilmente la microbiota, podemos estudiar el cerebro, y las citoquinas en plasma; y en los sujetos la idea también es estudiar la microbiota intestinal, hacer un buen cuestionario nutricional para tener una idea de qué es lo que consumen, cómo y cuándo, y luego asociar esos marcadores periféricos con marcadores genéticos, mientras también estamos evaluando el deterioro cognitivo y la edad. La idea es buscar correlaciones entre estos parámetros que nos permitan entender un poco mejor la enfermedad y a la vez diseñar algún plan de cuidado preventivo”.
Del plato al cerebro
La doctora Morelli se muestra convencida de que la aceptación del proyecto argentino en la convocatoria internacional estuvo sustentada en el trabajo que su equipo ya venía realizando en torno a temas similares. En su estudio con roedores, sentó algunas de las bases de las preguntas que ahora buscan demostrar con muestras de sujetos.
El equipo del estudio internacional también cuenta con la alianza de médicos e investigadores pertenecientes al Centro de Neuropsiquiatría y Neurología de la Conducta, de la Facultad de Medicina, de la Universidad de Buenos Aires; el Hospital Interzonal General de Agudos Eva Perón; y el Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín Ferreyra, dependiente del CONICET y de la Universidad Nacional de Córdoba.
– El estudio divulgado el año pasado por su equipo sugiere que una mala alimentación funcionaría como un tercer modulador negativo de la evolución de la enfermedad, junto con la edad y las causas hereditarias pero ¿puede una dieta saludable bastar para retrasar la aparición o el progreso de la enfermedad incluso cuando se tiene riesgo genético o edad avanzada?
-Los estudios en animales nos hacen pensar que sí. La enfermedad de Alzheimer es una enfermedad de la vejez. En principio ese es el mayor factor de riesgo de la enfermedad. Junto con ese, aparecen los factores de riesgo genético, es decir, gente que tiene un conjunto de genes que hace que su envejecimiento general sea más saludable y otros que no. Los factores genéticos colaboran para el envejecimiento cerebral más acelerado. Y a la vez tienes la dieta porque, según lo que hemos visto y lo que está publicado, su impacto en la microbiota se perfila como un factor de riesgo en la enfermedad de Alzheimer, en cuanto a la inflamación y a los sistemas de neuroprotección: para que tu cerebro funcione bien, necesitas que funcionen algunas vías para que, si aparece algún insulto tóxico o algún evento inflamatorio, pueda responder rápido. Si no existe esa capacidad de respuesta rápida, el daño cerebral va a ser más amplio. Lo que estamos imaginando y queremos comprobar ahora es que la dieta te está silenciando programas de neuroprotección, y te está estimulando neuroinflamación porque a través del intestino se están liberando sustancias tóxicas que producen las bacterias que crecen en el intestino dependiendo de la dieta que comes.
Lo que pensamos no es que con la dieta sola vas a evitar la patología. Cuando trabajas con estas enfermedades que son, digamos, epidémicas, la idea es tratar de retrasar un par de años ese estado de imposibilidad al que se ven sometidos los pacientes con Alzheimer. La enfermedad te da una ventana temporal grande: puedes estar entre ocho y diez años con esta patología, y a medida que avanzan los costos sociales, son mucho más altos. Entonces, no decimos evitar la enfermedad, pero tal vez con la dieta puedes hacer que el deterioro no sea tan abrupto, mejorar la calidad de vida y la cantidad de años que estos pacientes pueden vivir con la enfermedad y en un contexto que tal vez sea más amable para él.
-¿Qué tipo de alimentos formaron parte de la dieta que ocasionó la diminución del gen Sirtuina 1 en el hipocampo en el estudio con roedores?
-En el estudio la llamamos “dieta occidental” y fue la típica dieta de la comida chatarra, donde tienes alta cantidad de grasas y azúcares. En particular constituía una dieta rica en fructosa y en grasa proveniente del cerdo, particularmente de la panceta, que genera un síndrome metabólico que tiene un impacto a nivel comportamental. Igual, dejar de comer cerdo o azúcar no implica que no aparezca la demencia, lo que intentamos demostrar es se trata de una enfermedad muy compleja, con muchos factores de riesgo, donde la dieta es uno más.
-¿En cambio, cuáles alimentos retrasaron la aparición de ese factor de riesgo?
-Lo que se usa habitualmente para roedores es una combinación equilibrada de proteína, fibra y azúcares que no son fructosa. La cuestión es que estas son dietas forzadas y en el estudio con sujetos no vamos a hacer intervención nutricional ni a pedirles que coman algo específico. Nosotros vamos a hacer un buen cuestionario nutricional y, en base a eso, definir lo que habitualmente están comiendo. Vamos a definir su índice de masa corporal y luego vincular esos factores con los otros recabados.
-Este estudio demuestra la influencia de agentes externos en el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer ¿Podría, entonces, existir otros fenómenos externos vinculantes?
-Si aplicas una estrategia de cuidado cerebral, con ejercicio físico e intelectual, seguramente estarás enlenteciendo también el deterioro cognitivo mínimo. La capacidad de aprender nunca la pierdes; tal vez no con cosas muy complejas, pero exponer a los adultos mayores a desafíos de tipo intelectual, leer, no mirar tanta tele, salir a caminar sí puede hacer que se mejoren las capacidades cognitivas de las personas. Hoy en día, en otros países del mundo hay hospitales que tienen asociadas unidades para la atención de la tercera edad enfocadas a esa visión integral y a su valor médico más que recreativo, desde una política de Estado. Aquí en Argentina hay algunos lugares, pero estamos a años luz de eso.
-¿Cómo podrían empezar los médicos a visualizar estos agentes externos como parte del tratamiento de sus pacientes?
-Lo que pasa es que son enfermedades tan complejas que lo lógico sería que se trabajara de forma interdisciplinaria. Entonces, el neurólogo evaluará la parte neurocognitiva y luego lo derivará a un profesional que pueda mantener el cuidado de la dieta. Habría que pensar a estos pacientes desde un abordaje un poco más integral. Nosotros en Argentina todavía tenemos dificultades para tener un diagnóstico del Alzheimer más o menos probable. Y yo veo que una enfermedad como esta no la puede mirar un solo profesional.
-¿Por qué y cómo construir un perfil de riesgo genético nacional sobre la enfermedad en Argentina?
-Todo lo que se sabe de genética de enfermedad de Alzheimer está hecho con poblaciones europeas caucásicas y no hay nada definido con poblaciones mezcladas como la nuestra, donde tenemos nativos, europeos y afroamericanos. La pregunta era ¿esos genes que están apareciendo en la población caucásica como factores de riesgo, los podemos trasladar al hemisferio sur? Entonces, estamos elaborando nuestro mapa con muestras de Capital, Jujuy, Mendoza y Códoba. El tema es que para este tipo de estudios necesitas contar con una muestra grande que tenga un valor estadístico sólido y todavía nosotros no hemos alcanzado la capacidad de reclutamiento acorde con las necesidades del proyecto. Venimos procesando data de 1.300 sujetos que ya es algo, pero necesitaríamos el doble. La idea es no frenarlo, sino seguir reclutando y analizando genes, haciendo estudios estadísticos con la idea de definir si este conjunto de genes que aparecen en Europa es igual al nuestro o no, porque los genes pueden ser un biomarcador estático de la enfermedad: nacemos con esos genes y los tenemos siempre. Entonces, si sabemos que estamos predispuestos al riesgo, tal vez podamos aplicar algunas estrategias para hacer que el deterioro cognitivo sea más leve, como la que proponemos a través de la nutrición en su enfoque preventivo y terapéutico.
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